colección de “CNT” desde 1976 hasta 2000
Es un lugar común, incluso en la historiografía
más progresista, identificar al Partido Comunista de España como el
protagonista de la lucha antifranquista, otorgándole un papel tan destacado
que, en ocasiones, parece convertir aquel combate democrático coral en un
sencillo monólogo. Esta falsa sinonimia llega al descaro en el caso de la
lucha guerrillera, popularmente conocida como el maquis, que se prolongó
hasta los primeros años sesenta, a pesar de que el PCE la abandonó antes de
que acabase la década de los cuarenta. Por otro lado, las necesidades
políticas de la Segunda Restauración, han forzado la búsqueda desesperada de
cualquier leve rastro del enfrentamiento con la dictadura de los tantas veces
complacientes núcleos monárquicos o han magnificado la débil oposición del
socialismo democrático al régimen del general Francisco Franco.
Sin embargo, un espeso manto de silencio ha caído
sobre el activismo clandestino del movimiento libertario español al que se
tragó la tierra en los años posteriores al final de la Segunda Guerra
Mundial. ¿Fue capaz el franquismo de aplastar al potente movimiento
libertario, que llevaba décadas sufriendo sin desmayo una persecución tan
dura como tenaz? ¿Se mantuvo España al margen del rejuvenecido espíritu
anarquista, redescubierto bajo los adoquines parisinos en la primavera de
1968? ¿Fue tan casual como espontáneo el resurgir de la acracia a partir del
año 1975?
Es difícil contestar afirmativamente a todas
estas preguntas, y sin embargo parece haber un acuerdo unánime entre los
historiadores para reconocer la importancia de la CNT en el periodo de la
Segunda República y la Guerra Civil, expresada en el Congreso confederal
celebrado en Zaragoza en mayo de 1936, y el inesperado resurgimiento del
movimiento libertario durante la transición, puesto de manifiesto en los
actos convocados en San Sebastián de los Reyes y Montjuich cuarenta años
después, mientras se obvia con descaro la actividad de oposición anarquista
al franquismo.
La razón de este olvido es consecuencia obligada
de la costumbre de investigar al movimiento anarquista hispano usando los
medios y los métodos empleados tradicionalmente para el estudio de la
historia política y social, buceando en archivos oficiales y privados en
busca de documentos orgánicos, listas de afiliados y comités o actas de
comicios formales. Pero, como esperamos demostrar, no se puede conocer y
estudiar a la CNT sin considerar su propia personalidad y sin tener en cuenta
su ideología, ejercicio imprescindible en una organización que hace bandera
de la coherencia entre principios y fines.
1.- LA POSTGUERRA (1)
El trágico final de la Guerra Civil, en abril de
1939, fue especialmente doloroso para los militantes anarcosindicalistas, que
sufrieron tanto la derrota militar como la destrucción del proceso
revolucionario que con tanto entusiasmo habían puesto en pie, en muchas
ocasiones en contra de sus ocasionales aliados republicanos, socialistas y
comunistas. Por otra parte, desarraigados entre los desterrados, no siempre
contaron con la calurosa acogida que algunos países ofrecieron a los que
compartían ideas y proyectos con sus gobiernos, como ocurrió con la Unión
Soviética para los comunistas.
Por todo ello, los militantes anarcosindicalistas
españoles no tuvieron más estrategia que la caída inmediata del régimen
franquista, por la que combatieron con una urgencia que a veces fue causa de
errores y precipitaciones. Además, sacrificando sus más íntimas convicciones,
en muchas ocasiones renunciaron a la actividad sindical para combatir en la
guerrilla con las armas en la mano o para colaborar con la acción política de
todos aquellos que se oponían a la dictadura del general Franco.
En julio de 1936 la Confederación Nacional del
Trabajo era la organización proletaria más numerosa del país. Durante los
tres años de Guerra Civil, si bien vio muy mermadas sus filas por la
represión sufrida en las zonas que ocupaba el ejército rebelde, también es
cierto que de la mano del proceso revolucionario de las Colectivizaciones se
alentó el crecimiento de la organización confederal en las zonas que
permanecieron bajo control del gobierno republicano, permitiendo la implantación
del movimiento libertario más allá de sus tradicionales zonas de influencia
(2).
Al finalizar la Guerra Civil, y a pesar de una
feroz persecución que había diezmado sus filas y de la derrota que había
condenado al exilio a muchos de sus mejores afiliados, la CNT se reorganizó
clandestinamente en el interior del país desde el primer momento. Los
militantes anarcosindicalistas decidieron sostener un sindicato clandestino,
por lo que lentamente reconstruyeron los sindicatos, regularizaron las
cotizaciones, constituyeron los comités y coordinaron sus actividades. Como
explica Ángel Herrerín, “Su labor se inició desde los mismos campos de
concentración donde fueron ingresados los luchadores antifascistas, y su
ritmo de reorganización sólo puede ser comparable a la velocidad con la que
la policía franquista lograba desmantelar los diferentes órganos
representativos confederales” (3).
A partir de 1943, con las primeras derrotas de
las potencias del Eje en la Segunda Guerra Mundial, la actividad sindical de
los militantes de la CNT se incrementó notablemente, ante la perspectiva de
una próxima capitulación de Alemania y de sus aliados militares, que parecía
anticipar un próximo final para la dictadura española. Además, en buena parte
como reflejo de este nuevo contexto internacional, a mediados de la década de
los años 40 fueron saliendo de las cárceles muchos de los militantes
libertarios más activos y conscientes, reforzándose extraordinariamente la
red sindical clandestina.
En el mes de julio de 1945 la CNT fue capaz de
organizar en el pueblo madrileño de Carabaña un Pleno Nacional de Regionales,
su máximo órgano de coordinación, al que asistieron delegados de Andalucía,
Norte, Galicia, Centro, Levante, Cataluña y Aragón, que representaban a unos
treinta mil afiliados. Allí se eligió un nuevo Comité Nacional, el octavo
desde el final de la Guerra Civil, y se marcaron las líneas generales de la
actuación de la central anarcosindicalista.
En los meses posteriores al Pleno de Carabaña, la
CNT relanzó su actividad y reforzó sus filas, en unos momentos especialmente
difíciles, cuando la simple cotización a un sindicato confederal todavía
podía acarrear fuertes condenas de cárcel. Ángel Herrerín cifra en más de
cincuenta mil el número de afiliados en 1947 y una cifra muy similar se
mantuvo hasta el final de esa década.
La reorganización de los sindicatos confederales
no tenía como finalidad la mejora de las condiciones de vida y de trabajo de
la clase obrera, a pesar de ser especialmente penosas, pues su principal
objetivo era la caída de la dictadura. En un evidente ejercicio de
posibilismo, que contrasta con su imagen de intransigencia revolucionaria, la
CNT participó en las conspiraciones políticas que se produjeron en ese
período. Cabe destacar su intervención en la Alianza Nacional de Fuerzas
Democráticas, un frente amplio en el que también colaboraban los monárquicos,
que fue causa de una amarga ruptura del movimiento libertario.
Simultáneamente, numerosos militantes
confederales desarrollaban una intensa actividad guerrillera. Huidos desde
los primeros días de la Guerra Civil, refugiados en el monte que escapaban de
la represión y miembros de la Resistencia antifascista, que tras su victoria
en la Segunda Guerra Mundial volvieron a su país a continuar el combate, fueron
muchos los cenetistas que lucharon en el maquis durante más de veinte años,
una oposición armada muy pronto abandonada por socialistas y comunistas (4).
2.- LA TRAVESÍA DEL DESIERTO
Al comenzar los años sesenta las organizaciones
del movimiento libertario estaban diezmadas y agotadas. La represión, que con
tanta crueldad se había ensañado con los militantes anarcosindicalistas, la
acuciante falta de medios, en una organización que no tenía el apoyo de
Estados afines o de poderosas alianzas internacionales, y el fracaso de la
resistencia antifranquista, tanto en el plano político como en el militar,
hicieron mella en el ánimo de los cenetistas. Frente al derrotismo de tantos
afiliados, algunos militantes decidieron continuar su combate contra el
régimen franquista sin perder de vista la realidad del país, por lo que
decidieron cambiar de táctica: mantuvieron la lucha clandestina, pero no
intentaron dotarse de una estructura sindical homogénea y centralizada. La
represión obligó a la central anarcosindicalista a abandonar su tradicional
organización interna, propia de un sindicato, y dotarse de un funcionamiento
típicamente anarquista, como son los grupos de afinidad.
El grupo de afinidad es la organización básica y
genuina del movimiento anarquista. Es un conjunto pequeño de militantes,
normalmente entre cuatro y diez, que trabajan unidos y se conocen. En el
grupo no se da la figura del “simple afiliado” o del simpatizante; los
componentes de un grupo son todos militantes, y se mantienen dentro de su
estructura mientras sigan siéndolo. El grupo de afinidad tiene una vaga
inspiración en las sociedades conspirativas decimonónicas.
Cuando en 1864 se creó la Asociación
Internacional de los Trabajadores (AIT), Mijail Bakunin, el gran teórico del
anarquismo, ya había fundado la Alianza para la Democracia Socialista (ADS),
organización internacional conspirativa libertaria que muy pronto se integró
en la AIT. Para Bakunin resultaban seguras y eficaces las agrupaciones
secretas formadas por personas convencidas y de absoluta confianza, que en
determinados momentos favorables pudieran ponerse a la cabeza de los
acontecimientos, pero sólo para inspirar y esclarecer, pues la revolución
sólo la hace el pueblo. Con este espíritu se había creado la ADS; su programa
era en apariencia coincidente con el de la AIT y, de hecho, muchas secciones
europeas de la Internacional estaban creadas y animadas por miembros de la
ADS, como fue el caso de España.
Cuando las diferencias ideológicas hicieron
imposible la convivencia en el seno de la AIT de los sectores anarquista y
marxista, se produjo la ruptura de la Primera Internacional. Para entonces,
la ADS, sin haberse disuelto de facto, estaba en gran medida diluida dentro
de las distintas secciones de la Internacional obrera. En 1872, la localidad
suiza de Saint-Imier acogió el primer congreso de la nueva Internacional
libertaria. Se consumaba así la escisión en el movimiento obrero.
La represión de los distintos gobiernos contra
las secciones internacionalistas libertarias hizo casi imposible que pudiesen
desarrollar una actuación abierta, por lo que sus militantes volvieron a
organizarse en núcleos secretos. Surgieron entonces los grupos de afinidad,
con una clara diferencia de la práctica anterior: se constituyeron por
afinidades personales, de ahí su nombre, y no por centros de trabajo o,
necesariamente, de localidad de residencia. Los grupos, como ya dijimos, son
pequeños y todos los miembros se conocen entre sí, de manera que la
infiltración policial es poco menos que imposible. El inconveniente de esta
afinidad es que cuando uno de sus miembros es detenido, si sucumbe a las
torturas policiales, puede llegar a proporcionar mucha información. Los
grupos de afinidad siempre cuentan a su alrededor con cierto número de
simpatizantes, gente con una ideología afín pero que no desarrolla una
militancia constante. Estos simpatizantes van a ser fundamentales para la
realización de las tareas del grupo; por ejemplo, la publicación de un
periódico es primordial en la acción de los grupos, y los simpatizantes
ayudarán a su distribución.
Los principales objetivos de los grupos de
afinidad son propagar la ideología anarquista, la agitación popular y la
consiguiente organización de revueltas y motines, aparte de, en momentos de
permisividad legal, la creación de centros culturales, sociedades obreras y
todo aquello que suponga un paso adelante en la emancipación de las clases
trabajadoras. Por otro lado, los grupos mantienen relaciones entre sí para
extender su acción o, las más de las veces, para ejercer la solidaridad con
los represaliados, organizar las fugas de sus presos, etc.
En España los grupos de afinidad surgieron a
partir de 1874, con la ilegalización de la sección nacional de la Primera
Internacional, y su número y actividad se incrementó a partir del año 1888,
cuando los anarquistas hispanos decidieron disolver su organización sindical:
la Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE). Sin embargo, la
coordinación de estos grupos de afinidad ácratas fue decisiva en la formación
y sostenimiento de numerosas sociedades obreras, cuya convergencia daría como
resultado la fundación en 1910 de la Confederación Nacional del Trabajo
(CNT).
A partir de ese momento, el peso de la lucha
social en España lo llevaron las diferentes federaciones y sindicatos de la
CNT, si bien los grupos de afinidad anarquista no se disolvieron, pues
siguieron desarrollando una intensa actividad social que no era estrictamente
laboral, publicando periódicos y revistas y creando centros educativos, como
los ateneos libertarios y las escuelas racionalistas. También tuvieron una
coordinación estable de ámbito nacional que, desde el Congreso de Amsterdam
de 1907, fue también internacional.
Por eso, cuando a partir de los años sesenta del
siglo pasado, la organización del movimiento libertario había sido destrozada
por la represión, y no tenía muchas posibilidades a corto plazo de
crecimiento ni de estructuración, con la mayoría de la militancia veterana
sin posibilidades de incidencia en el medio obrero, resurgió la necesidad de
organizarse de nuevo en pequeños grupos de afinidad con el doble fin de
mantener mínimamente la estructura orgánica y ser más impermeables a la
infiltración policial. Se crearon grupos en todas las localidades donde
quedaban militantes. Las actividades de estos grupos iban desde el apoyo
mutuo, tan necesario a la hora de encontrar trabajo o vivienda en la sociedad
del momento, hasta la edición de propaganda. La organización obrera (CNT) y
los grupos anarquistas (FAI) tuvieron trayectorias paralelas con constantes
coincidencias, llegándose a la total fusión de ambas modalidades
organizativas al final de la Guerra Civil, por lo que los nuevos grupos de
afinidad representaban por igual a todas las formas orgánicas del movimiento
libertario español.
En las áreas más castigadas por la represión
franquista, como era el caso de las provincias en las que desde el primer
momento había triunfado el golpe militar, la militancia libertaria fue
masacrada con más intensidad que en otras zonas, por lo que pocos militantes
pudieron formar grupos. Salamanca, Vigo, Zamora, Valladolid, Santander o
Palencia son ciudades en la que se mantuvieron grupos de afinidad con escasa
actividad; se limitaban a reunirse periódicamente para comentar la situación
política e intercambiar noticias, organizaban una comida para celebrar el
Primero de Mayo y recibían la prensa libertaria editada en el exilio pero ni
publicaban ni apenas difundían propaganda.
Según el testimonio de José Domínguez, anarquista
de Carmona, hacia el año 1962 se celebró una reunión en la campiña sevillana
de los militantes de Andalucía occidental que se encontraban en libertad. Se
decidió dejar de hacer afiliaciones y mantener las mínimas relaciones
orgánicas, de hecho, dejaron de actuar en nombre de la CNT y se constituyeron
en grupos de afinidad. Prácticamente la única actividad que tuvieron en común
fue el apoyo a los presos. Paradójicamente, tuvieron más relaciones con los
viejos militantes andaluces emigrados a Cataluña y el País Vasco que con los
que se quedaron en la región.
Muy similar era la situación en la regional de
Levante, que englobaba a las provincias de Castellón, Valencia, Alicante y
Murcia. En septiembre de 1965, la CNT del exilio emitió en Francia un informe
sobre la situación del movimiento confederal en el interior de España en el
que, entre otras cosas, señala que en la regional levantina “se venían
manteniendo relaciones muy superficiales a causa de la psicología especial de
la mayoría de los militantes, que sustentaban el criterio de que todo
esfuerzo era inútil porque la solución vendría por sí misma. Mantenían la
convicción de que era vano todo sacrificio, porque la CNT renacería
espontáneamente en el instante en que la democratización irreversible del
país se hiciera patente. Lo prudente, según ellos, era mantener en la reserva
la militancia que nos queda para que en dicho momento sumaran todos los
esfuerzos en la reconstrucción de las instituciones obreras” (5).
La intención del informe era despistar a la
policía franquista, que se sospechaba que acabaría conociendo este texto,
sobre lo que de verdad estaba ocurriendo en Levante: se habían roto las
relaciones orgánicas entre la militancia porque se había optado por organizarse
en grupos de afinidad. Era una región con fuerte implantación de la CNT, con
sindicatos en cerca del cincuenta por ciento de los pueblos y, por supuesto,
en todas las capitales de provincia. La reorganización en grupos de afinidad
permitió, una vez muerto Franco, la inmediata creación de sindicatos de la
CNT en muchísimos pueblos, sobre todo en las provincias de Castellón y
Valencia.
En el área metropolitana de Barcelona la
militancia confederal se vio reforzada por la emigración andaluza, pero los
recién llegados no tenían posibilidades reales de actuación sindical, pues se
trataba de militantes conocidos por la policía, que vigilaba de cerca sus
pasos, por lo que debieron juntarse en grupos de afinidad atendiendo a sus
localidades de procedencia. No tuvieron mucha relación con los compañeros
catalanes, cuyos sindicatos clandestinos estaban atravesando malos momentos
en cuanto a afiliación; pronto imitaron el ejemplo de las demás regiones y se
constituyeron grupos de afinidad en toda Cataluña. La cercanía de la frontera
permitió que las relaciones con los exiliados siguieran siendo fluidas;
además, la casi inexistente relación de estos grupos entre sí hizo disminuir
mucho el número de detenciones.
En Asturias, Rioja y País Vasco también la
militancia creó grupos de afinidad. Algunos de ellos estuvieron implicados en
el proceso de creación de Comisiones Obreras (CC.OO.), aunque muy pronto
abandonaron esta organización, ante su creciente burocratización y el
dirigismo ejercido por el Partido Comunista. En Extremadura y en Castilla la
Nueva (Talavera, Cuenca, Puertollano, Guadalajara) se mantuvieron algunos
grupos que, aunque en modo alguno se insertaron en las nuevas luchas
sociales, sirvieron de referencia para toda una generación que buscaba una
alternativa diferente a la que ofrecían las organizaciones marxistas y las
cristianas.
En Madrid se creó el Grupo Anselmo Lorenzo, que
nació con la idea de ser el germen de la reconstrucción de la CNT cuando las
circunstancias lo permitiesen; de momento se dedicaron a estudiar la
situación socio-laboral, editando algunos interesantes documentos, entre los
que cabe destacar Problemas presentes y futuros del Sindicalismo
Revolucionario en España, editado en 1969, y Cuestiones del sindicalismo: La
Ley Sindical y las elecciones sindicales, que vio la luz en 1971.
Simultáneamente, se mantuvieron otros muchos grupos de afinidad en la capital
española. Uno de ellos, fue constituido por militantes que llevaban pocos
meses en libertad tras soportar largas condenas, entre 15 y 20 años, y que
volvieron a ser rápidamente detenidos, aunque no arrastraron a nadie más en
su caída. Su proceso fue el primero del recién creado Tribunal de Orden
Público y todos los encausados eran veteranos de los comités clandestinos de
la CNT: Lázaro Arjona, Miguel Flores, Fidel Gorrón, Juan Martínez, Emiliano
Mier...
Así pues, aparentemente desmantelada la CNT, el
movimiento libertario siguió vivo y activo durante los últimos años del
franquismo gracias a los numerosos grupos de afinidad que se extendían por
toda la geografía nacional. El fenómeno del cincopuntismo es la mejor prueba
no sólo de la pujanza del nuevo movimiento obrero, básicamente articulado en
torno a las Comisiones Obreras, sino también de la fuerza de un movimiento
libertario al que desde el poder aún se le consideraba con fuerza para
modificar el panorama sindical español del momento.
Desde el sindicalismo vertical franquista se
tentó a un puñado de viejos militantes cenetistas de prestigio a los que se
les ofreció la posibilidad de influir en la Confederación Nacional de
Sindicatos (CNS), la central sindical del régimen, integrándose en el seno de
unos renovados sindicatos (6). La burda maniobra no tenía más objetivo que
utilizar el prestigio de la CNT para combatir al nuevo sindicalismo animado
por las jóvenes generaciones obreras que estaba poniendo en jaque el modelo
franquista de relaciones laborales (7). El señuelo era un sindicalismo
políticamente neutro y el anticomunismo heredero de los sucesos del mes de
mayo de 1937, pero sólo unos pocos afiliados picaron el anzuelo: Lorenzo
Iñigo, Francisco Royano, Saturnino Carot, Sebastián Clavo, Florián Calle,
Ramón Álvarez.... En el verano de 1965 firmaron unos acuerdos con los
representantes de la CNS que fueron desautorizados por la práctica totalidad
de la militancia anarcosindicalista, tanto del interior como del exilio (8).
Fracasado su desembarco en el sindicalismo
vertical franquista, al ponerse en evidencia su falta de representatividad,
aislados del conjunto del movimiento libertario y desbordados por los
acontecimientos nacionales, los cincopuntistas continuaron a pesar de todo
con sus actividades y mantuvieron una cierta coordinación entre sus dispersos
y escasos seguidores. En los últimos meses del franquismo fueron de nuevo utilizados
por el entonces gobernador civil de Barcelona, Rodolfo Martín Villa, y el
Delegado Provincial de la CNS en la capital catalana, José María Socias
Humbert, cosechando un fracaso similar (9).
Pero la prolongada represión franquista no sólo
forzó a los grupos clandestinos de la CNT a enmascarar su actividad,
impidiéndoles dotarse de una estructura sindical centralizada, también
dificultó el ingreso en la organización confederal de las nuevas generaciones
anarquistas. Muchos jóvenes fueron conmovidos por la experiencia libertaria
vivida en París en mayo de 1968, cuyos ecos llegaron a una España que estaba
viviendo un proceso de creciente radicalización política. Aislados e
inconexos, estos jóvenes formaron nuevos núcleos disgregados de la red
libertaria clandestina.
En algunos de ellos militaban antiguos afiliados
cenetistas. Era el caso de una corriente que fue denominada “humanista” que
tenía como principal polo de atracción a Félix Carrasquer, un destacado
dirigente anarcosindicalista que había sido miembro del Comité Nacional de la
CNT desmantelado en el mes de noviembre de 1947, a pesar de que era ciego y
precisaba de la compañía de un lazarillo. En esta corriente se incluían los
llamados Grupos de Solidaridad, que estaban presentes en Madrid, Barcelona y,
sobre todo, Valencia. Uno de sus militantes más destacados era el madrileño
Carlos Ramos, que jugó un importante papel en el proceso escisionista de la
CNT.
Incluso en ámbitos tradicionalmente alejados de
la ideología anarquista se fueron formando grupos con una ideología más o
menos vagamente anarcosindicalista. El proyecto de renovación experimentado
por la Iglesia Católica a partir del Concilio Vaticano II hizo posible la
apertura política hacia la izquierda de los sectores confesionales con más inquietudes
sociales, encorsetados hasta ese momento por la llamada Doctrina Social de la
Iglesia. Mucho se debatió, desde una y otra orilla, sobre la confluencia de
cristianos y marxistas, pero muy poco se conoce sobre las relaciones entre
anarquismo y cristianismo (10).
El mejor representante de esta corriente de
opinión que pretendía conjugar la ideología libertaria con la espiritualidad
cristiana fue Carlos Díaz, un joven profesor de Filosofía, que publicó en
esos años numerosos artículos sobre anarquismo (11). Pero no fue el único,
otros autores como Heleno Saña, que había nacido en el seno de una familia de
tradición cenetista, también ofrecían una visión mística del anarquismo (12).
En torno a estas ideas se fue formando una pléyade de grupos anarquistas
cohesionados por el “elemento cristiano, utilizando categorías, esquemas,
estrategias de indudable corte marxista, encubiertos por lenguaje libertario
como simple imagen epidérmica, superficial y formal” (13) .
Uno de estos grupos cristianos atraídos por la
ideología libertaria que se mostraban más activos animaba en Bilbao y Madrid
la editorial ZYX. Mantuvieron contactos frecuentes con algunos destacados
militantes anarcosindicalistas, como Juan Gómez Casas, y en los últimos años
del franquismo editaron varios libros sobre temática anarquista, entre los
que merece la pena destacar una breve biografía de Mijail Bakunin publicada
en 1966 y firmada por Carlos López Cortezo. A pesar de que sostienen que “en
los últimos 60 años los cristianos han editado más publicaciones libertarias
que todos los grupos anarquistas juntos” (14), las sucesivas ediciones de
ZYX, lejos de revelar la sintonía entre anarquistas y cristianos, mostraban
la permisividad del régimen franquista para con la Iglesia Católica,
auténtico poder fáctico bajo cuyo paraguas se refugió el colectivo que
animaba este proyecto editorial para publicar obras que nunca hubiesen podido
salir a la calle si hubiesen sido escritas, impresas o distribuidas por
militantes anarquistas.
El grupo de ZYX no fue el único. Del seno de
Vanguardia Obrera Social y Vanguardia Obrera Juvenil, las organizaciones del
catolicismo social impulsadas por los jesuitas, nació en 1962 una nueva
organización denominada Acción Sindical de Trabajadores que, en 1970, decidió
“convertirse en una organización política del proletariado [lo que exigía]
adoptar la ideología científica que es el marxismo-leninismo, y elaborar una
Línea Política que, ajustada a las condiciones concretas, sea guía para
dirigir y organizar la lucha de clases del proletariado”, propuesta que no
fue asumida por “los anarco-sindicalistas (empeñados en anclar el desarrollo
de la conciencia de clase no más allá de la lucha económica) y los políticos
pequeño-burgueses trosquistas (empeñados en imponer sus propios prejuicios
ideológicos reaccionarios a la clase obrera) [que] formarían un bloque para
que la Organización Revolucionaria de Trabajadores se cerrara el paso a su
conversión en organización marxista-leninista. No conseguirán sus propósitos
y a mediados de 1971 se separarán de la Organización. Ésta, salvado este
obstáculo, emprende una marcha ininterrumpida hacia el marxismo-leninismo”
(15). Purgados estos grupos despectivamente calificados como
anarcosindicalistas, presentes hasta entonces en el seno de la AST, la
mayoría de sus afiliados adoptó las posiciones más intransigentes del
marxismo, en la línea de Josif Stalin y Mao Zedong.
Al margen de cualquier otra asociación o
tendencia, a partir de los primeros años de la década de los 70 fueron
surgiendo al calor de las cada día más numerosas luchas obreras una serie de
grupos de fábrica o taller con una marcada ideología libertaria que se
mostraban bastante cohesionados, aunque carecían de cualquier estructura
organizativa. Se denominaban Grupos Autónomos y llegaron a tener cierta
fuerza en algunos ámbitos, como por ejemplo en las empresas metalúrgicas del
cinturón industrial de Madrid. Arribaron al anarquismo de forma autodidacta,
sin ningún contacto con los militantes veteranos, y su proceso de maduración
ideológica fue fruto de su particular experiencia cotidiana en las luchas
obreras, por lo que estos grupos se caracterizaron por su fuerte crítica a
las formas burocráticas y reformistas de Comisiones Obreras y de los partidos
marxistas, especialmente del PCE (16).
En los últimos años del franquismo la Universidad
se convirtió en la punta de lanza de la agitación opositora y en un ámbito
abierto para el ejercicio de las libertades públicas. Por eso mismo, con
mayor fuerza si cabe que en el mundo laboral, los planteamientos libertarios
empezaron a cuajar entre los estudiantes, en buena parte bajo la influencia
directa de la revuelta del mayo del 68 parisino. En numerosas localidades de
todo el país se crearon espontáneamente grupos de afinidad de jóvenes anarquistas,
tanto en Institutos y Universidades, como veremos más adelante que ocurrió en
Zaragoza, como en los barrios, como sucedió en Madrid, donde incluso llegaron
a estructurarse territorialmente en la llamada Federación Anarquista de
Barrios (FAB), un ámbito de actividad política por entonces animado por las
Asociaciones de Vecinos.
3.- LA RECONSTRUCCIÓN
Aunque fuese lentamente, a partir de 1973 todos
estos grupos comenzaron a coordinarse para reconstruir las estructuras
sindicales de la CNT cuando llegase el esperado colapso del régimen
franquista, que a esas alturas todos veían inminente. Así por ejemplo, en
Madrid los Grupos Autónomos empezaron a tomar contacto con los veteranos; el
Grupo Anselmo Lorenzo tuvo un papel esencial en este acercamiento.
Según los testimonios de Leandro Quevedo y
Vicente Díaz, en octubre de 1975, cuando tan sólo faltaba un mes para la
muerte del general Franco, se aprovechó el entierro en Madrid de la madre de
Vicente Díaz, una antigua y conocida militante libertaria, para hacer una
asamblea de militantes anarcosindicalistas en el propio cementerio, libre de
cualquier presencia policial, que puede considerarse el pistoletazo de salida
de la reconstrucción de la CNT; allí mismo se decidió disolver los grupos de
afinidad y volver a estructurarse por sindicatos de oficio. Al sepelio
asistieron militantes cenetistas de otras ciudades que, a la vuelta a sus
lugares de residencia, plantearon hacer lo mismo a sus respectivos grupos.
Como reconoce uno de los protagonistas, “la militancia veterana, dispersa
prácticamente tras el apagón de los años cincuenta debido a la enorme
represión realizada por el franquismo sobre la organización confederal,
empieza a reagruparse” (17) .
A partir de la muerte del dictador, la
reconstrucción de la Confederación Nacional del Trabajo se aceleró. En
diciembre de 1975 se celebró en Madrid una asamblea, a la que asistieron más
de doscientas personas, en la que se decidió reconstruir la organización
anarcosindicalista y se nombró un nuevo Comité Regional de Centro que,
provisionalmente, funcionaría como Comité Nacional hasta que pudiese
celebrarse un Pleno Nacional de Regionales.
En muy poco tiempo se restablecieron las
relaciones con todos los grupos de afinidad que, repartidos por toda la
geografía nacional, se habían mantenido más o menos activos en los últimos
años, aunque mientras tanto habían muerto bastantes de los veteranos
militantes libertarios. Los grupos de afinidad, nacidos para evitar la
represión policial, se convirtieron automáticamente en Sindicatos de Ramo o
de Oficios Varios. En enero de 1976 se celebró un Pleno Nacional de
Regionales de la CNT, en el que se dio por reconstruida la Confederación y,
entre otras cosas, se expuso que “convencidos los trabajadores de que debemos
luchar en sindicatos libres e independientes de los partidos, como único
medio para alcanzar la verdadera revolución social, proponemos:
-la solidaridad y respeto absoluto del hombre;
-la participación directa en la actuación y en la
lucha;
-rechazo del liderismo y de la burocracia en los
sindicatos;
-independencia económica de los sindicatos
respecto de cualquier partido o Estado;
-derecho a la objeción de conciencia;
-abolición de la pena de muerte y métodos
represivos;
-eliminación del paro obrero y nivelación de
sueldos con respecto al nivel de vida;
-abolición de la duplicidad de empleos fijos y
eventuales, así como del trabajo a destajo, primas y horas extras;
-una educación racional e integral sin
discriminación alguna.
La Confederación Nacional del Trabajo (CNT)
considera que la presión revolucionaria de las conquistas reivindicativas de
la clase obrera en rebeldía contra los sistemas de explotación y opresión,
debe manifestarse permanentemente con una dinámica de lucha creciente, cada
vez más radical, apoyándose siempre en la clase trabajadora, promoviendo su
concurso y acción directa”.
Al mes siguiente, en la ciudad de Barcelona, cuna
de la CNT, se reunieron más de seiscientos militantes que eligieron un Comité
Regional de Cataluña, y encuentros similares se celebraron en Asturias,
Andalucía o Valencia. En los tres meses posteriores a la muerte del general
Franco, el proceso de reconstrucción de los sindicatos confederales y la
coordinación entre los diferentes núcleos locales para vertebrar de nuevo
toda la estructura orgánica cenetista, era ya una realidad indiscutible. Al
final de esta etapa, salieron a la luz incluso los grupos de afinidad que se
habían ido constituyendo en las décadas precedentes en muchas pequeñas
ciudades de provincias, como Cuenca o Guadalajara, permitiendo un rápido
resurgir de la CNT.
La ciudad de Zaragoza, uno de los bastiones
anarcosindicalistas antes de la Guerra Civil, nos ofrece un caso
paradigmático de la reconstrucción de la organización confederal. En los
primeros meses de 1975 “un grupo no pequeño, pero tampoco numeroso, de
compañeros libertarios” se reunieron clandestinamente en la denominada I
Asamblea Anarquista de Zaragoza, con el objetivo de “clarificarnos y preparar
las bases que condugese (sic) a una reaparición real de los libertarios y de
sus alternativas” (18) . La vieja militancia confederal había sido duramente
reprimida a lo largo del franquismo, por lo que esta reconstrucción
descansaba principalmente sobre los jóvenes militantes ácratas organizados en
diferentes ámbitos, entre los que destacaban los Grupos Autónomos formados
por estudiantes de la Universidad de Zaragoza, que llegaron a editar su
propio boletín, Prohibido prohibir, desde finales de 1974 hasta la primavera
de 1975. Nació de esta Asamblea la decisión de los diversos grupos e
individualidades asistentes de realizar una acción mancomunada tanto en el
plano de formación teórica como de actividad propagandística. Se dedicó
especial atención a la presencia anarquista en las luchas de la clase obrera
de Zaragoza, fuesen de ámbito empresarial (Gaysa, Montañés o Vicente Garcés)
o sectorial (Metal y Construcción).
Con la experiencia adquirida y a la vista de las
nuevas posibilidades surgidas tras la muerte del general Franco, se convocó
en la primavera de 1976 la II Asamblea Anarquista de Zaragoza, en la que se
tomó la decisión de reconstruir la Federación Regional del Valle del Ebro de
la CNT: se asumía que “es evidente que el movimiento antiautoritario de
Zaragoza y región han dado un paso de cuyas implicaciones somos todos
conscientes”(19) . En el mes de junio de 1976 veía la luz el número 6 de la
publicación Acción Libertaria, que ya reclamaba desde la cabecera su nueva
condición de portavoz de esta reconstruida Federación Regional. En su número
10, publicado en el mes de septiembre de ese mismo año, se informaba de la
celebración de un Pleno de la Federación Local de Zaragoza de la CNT a la que
habían asistido más de dos centenares de afiliados; con razón pudo escribirse
en las calles de la capital aragonesa aquella célebre pintada: “Animo
abuelos, que ya volvemos”.
Como vemos, tanto los grupos de afinidad
anarcosindicalistas, formados por los veteranos militantes cenetistas, como
los nuevos grupos de diferentes tendencias y procedencias, nutridos sobre
todo por jóvenes ácratas, convergieron en la CNT a lo largo de esos primeros
meses de 1976; prácticamente nadie quedó excluido de este proceso. Por
ejemplo, en Madrid, la FAB se debatía entre continuar como agrupación
específicamente anarquista, siguiendo el modelo de la Federación Anarquista
Ibérica (FAI), o disolverse en la estructura de la naciente CNT o entrar en
Comisiones Obreras para hacerlas avanzar hacia planteamientos libertarios.
Finalmente, aconsejados por el Grupo Anselmo Lorenzo, decidieron ingresar en
la CNT y disolver la FAB. En esa misma asamblea se creó el Movimiento
Autogestionario de Barrios para incidir en el ámbito ciudadano, pero este
acuerdo nunca se llegó a hacer realidad porque el trabajo de reconstrucción
cenetista acaparó todas las tareas militantes.
El proceso de reconstrucción puede darse por
definitivamente concluido el 25 de julio de 1976. con la celebración del
segundo Pleno Nacional de Regionales después de la muerte del general Franco;
a él asistieron delegaciones de Andalucía, Asturias, Cataluña, Centro,
Euskadi y País Valenciano. Se eligió el primer Comité Nacional regular de la
CNT, se acordó dotarse de un carnet confederal y se estableció una cotización
mínima, además de aprobarse la publicación de un boletín informativo y de una
revista que fuese el portavoz oficioso de la Confederación, aunque estos dos
acuerdos nunca se llevaron a la práctica.
El 27 de marzo de 1977 se autorizó la celebración
de un mitin de la CNT en la Plaza de Toros de San Sebastián de los Reyes que
supuso la primera salida a la luz pública del movimiento libertario después
de que ese mismo mes fuesen legalizadas las diferentes centrales sindicales,
tras cuarenta años de forzosa clandestinidad. La masiva asistencia al acto de
San Sebastián de los Reyes sorprendió a propios y extraños; nadie ni dentro
ni fuera de la CNT esperaba que varias decenas de miles de personas acudiesen
al llamamiento realizado por una antaño potente organización a la que muchos
daban por muerta. El 2 de julio de ese mismo año, más de ciento cincuenta mil
personas asistían a un mitin cenetista en Montjuich, mostrando la pujanza del
movimiento libertario en Barcelona, la antigua Rosa de Fuego.
Detrás de estos éxitos se encontraba la
fructífera reconstrucción de la central anarcosindicalista. En el mes de
abril de 1977 se celebró una reunión Plenaria del Comité Nacional a la que
asistieron las distintas Confederaciones Regionales que agrupaban a 176
Federaciones Locales: 50 en Andalucía, 42 en Cataluña, 30 en el País
Valenciano, 13 en las provincias de Murcia y Albacete, 12 en Aragón y Rioja,
8 en la zona Centro, 7 en Euskadi, 4 en Cantabria y otras 4 en Extremadura, 3
en Galicia y el mismo número en Canarias, además de las existentes en
Asturias y León que no ofrecieron datos concretos.
En el mes de septiembre de 1977 el proceso de
Transición democrática parecía haber superado un punto de inflexión, después
de la concesión de una amnistía casi total, de la legalización de casi todos
los partidos políticos y sindicatos obreros y de la celebración de las
primeras elecciones democráticas. En ese momento, la CNT tenía más de 50.000
afiliados organizados en 13 Confederaciones Regionales y más de 250
Federaciones Locales; solamente en Cataluña se hablaba de 8 Federaciones
Comarcales y 70 Federaciones Locales, con más de 300 sindicatos formalmente
constituidos y una cifra que se aproximaba a los 70.000 cotizantes. La
reconstrucción de la Confederación Nacional del Trabajo era un éxito.
4.- LA ESCISIÓN
Este importante crecimiento orgánico no pudo
darse sin practicar una estrategia generosa de puertas abiertas que acogía
por igual a todos los grupos e individualidades que se reclamaban a sí mismos
como libertarios y que aseguraban identificarse con los postulados
tradicionales de la CNT. A nadie se le excluyó en este proceso de
reconstrucción anarcosindicalista, ni a ninguna de las tendencias en que se
había dividido el exilio confederal, ni a los cincopuntistas que acudieron de
nuevo a las filas cenetistas.
Junto a estos grupos, en la renacida
Confederación Nacional del Trabajo se integraron colectivos muy heterogéneos:
GOA, Autonomía Obrera, Liberación, Movimiento Comunista Libertario... Entre
ellos merece la pena resaltar la entrada de núcleos marxistas heterodoxos,
que buscaban en las raíces históricas del marxismo respuestas a la compleja
situación que vivían los países de la órbita soviética, y que habían sido
puestos de manifiesto por los acontecimientos de la llamada Primavera de
Praga. Grupos partidarios de la formación de Consejos Obreros, popularmente
llamados consejistas, seguidores de Rosa Luxemburgo, núcleos del resurgido
Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) y otras distintas heterodoxias
del marxismo nutrieron en un primer momento las filas de los sindicatos de la
CNT.
Algunos de estos colectivos abandonaron muy
pronto la organización confederal. Es el caso de la tendencia
anarco-nacionalista presente en Euskadi, articulada en torno a la revista
Askatasuna y encabezada por Mikel Orrantia, autor de un libro titulado Por
una alternativa libertaria y global, que salieron de la CNT cuando vieron
frustrado su proyecto de constituir una organización sindical específica para
Euskadi que además debía ser reconocida como sección nacional por la AIT.
Igual situación se dio en Cataluña con buena parte de los Grupos Autónomos,
que abandonaron la CNT antes de 1979 para dar vida a una nueva organización sindical,
los Colectivos Autónomos de Trabajadores, presentes en aquellos momentos en
sectores laborales tan dispares como los astilleros gaditanos o los
funcionarios de Cataluña.
Perdida la cultura tradicional libertaria,
interrumpida la herencia histórica de la Primera Internacional y huérfana del
necesario debate de decantación ideológica, la CNT decidió clarificar con
calma y sosiego su situación convocando un Congreso, el quinto de los
celebrados hasta esa fecha, que se realizó del 8 al 16 de diciembre de 1979
en Madrid, y más concretamente en su Casa de Campo, cuarenta y tres años
después del anterior. Ya desde el período precongresual se habían empezado a
decantar las diferentes tendencias que habían convergido en el sindicato.
En Barcelona fueron expulsados del Sindicato de
la Construcción los miembros de los autodenominados Grupos de Afinidad
Anarcosindicalista, que nada tenían que ver con los grupos de afinidad
creados en los años 60, por su práctica sindical reformista y, sobre todo,
por constituir una organización paralela dentro de la CNT. Al poco tiempo,
cerca de ochenta militantes se van del Sindicato de Artes Gráficas de la
misma ciudad. En Madrid se intentó desfederar al Sindicato de Enseñanza en
solidaridad con los expulsados de Barcelona; no se consiguió y abandonaron el
sindicato los diecisiete militantes que lo propugnaban.
Son los primeros escarceos del pulso que algunos
sectores de la CNT echaron al conjunto de la organización confederal. Para
ganar este pulso, y para ganar el Congreso, estos sectores van a coordinarse
progresivamente hasta el punto de establecer una estructura propia en el seno
de la CNT, paralela a la armazón sindical orgánica: de ahí su nombre de
“paralelos”. El objetivo era controlar el mayor número de sindicatos para
copar las delegaciones que asistieron al V Congreso Confederal e imponer sus
propuestas al resto de corrientes y tendencias.
¿Quiénes nutrieron esta estructura “paralela”?
Una compleja amalgama de sindicalistas cristianos, marxistas heterodoxos,
posibilistas libertarios, los últimos cincopuntistas... que tenían en común
la idea de que era imprescindible forzar un cambio en la estrategia sindical
de la CNT para adecuarla a la política de pacto y reforma que ya estaba
orientando la Transición democrática. El camino a seguir lo marcará la SAC,
una central sindical minoritaria de Suecia que abandonó el anarcosindicalismo
en los años cincuenta del siglo pasado.
Quedaban al margen los militantes de algunos
partidos de la izquierda comunista, fundamentalmente trostkistas fieles a su
táctica del “entrismo”, que buscaban en la CNT una cantera para su menguada
militancia y un altavoz para sus propuestas. Por su radicalismo, en buena
medida provocado por su empacho de teoría marxista, y por su escaso número, a
pesar de considerarse a sí mismos el “partido de la clase obrera”, sus
posibilidades de hacerse con el control de la CNT eran insignificantes pero
su actividad cooperó para crear el clima de conspiración que ensombreció la
convocatoria del V Congreso.
Los veteranos militantes anarcosindicalistas, que
habían encabezado la reconstrucción cenetista desde sus grupos de afinidad, y
los jóvenes que más se identificaban con el anarquismo clásico, se sabían
mayoritarios en el seno de la organización confederal y formaron un bloque
anarcosindicalista para impedir el anunciado cambio de rumbo de la CNT.
Para estos anarcosindicalistas no cabía duda de
que “al surgimiento público de la CNT nos encontramos con la presencia de
varios grupos de presión que de buen principio se infiltran en las
estructuras orgánicas de la CNT”(20) . Por su parte, los “paralelos” acusaron
a los militantes de la reconstruida Federación Anarquista Ibérica de actuar
con autoritarismo ejerciendo un dominio dictatorial en el seno de los
sindicatos cenetistas: al bloque anarcosindicalista le denominaban, con
desprecio, “exilio-FAI”.
En este comicio se debatió sobre todo lo que
concernía a la Confederación, volviendo a tratar asuntos que ya habían sido
aprobados en comicios anteriores: parecía como si la CNT, emulando a Sísifo,
empezara de cero otra vez. Se aprobó una ponencia sobre principios, tácticas
y finalidades que concordaba en todo con los postulados tradicionales de la
Confederación; una nueva normativa orgánica que era muy similar, en esencia,
a la anterior; una resolución sobre el patrimonio histórico de la CNT y el
patrimonio acumulado por la organización sindical franquista; una ponencia
sobre prensa, propaganda y formación; resoluciones sobre el paro y sobre los
presos... Se fijaron las relaciones que la CNT había de tener con otras
organizaciones, y se ratificó su adhesión a la AIT, la Internacional sindical
reconstruida en 1922.
Pero el punto más conflictivo era el que se
refería a la estrategia laboral y sindical. Aquí se produjeron los mayores
choques entre los anarcosindicalistas y los “paralelos”. Finalmente, la
moción aprobada por amplia mayoría en el Congreso estaba en consonancia con
el sindicalismo revolucionario clásico defendido tradicionalmente por la CNT:
se abogaba por la acción directa, se rechazaban los Comités de Empresa y la
participación en las Elecciones Sindicales, así como se desaprobaban la
existencia de liberados en los sindicatos y la percepción de subvenciones
estatales.
Al conocerse los resultados de la votación, parte
de las delegaciones asistentes abandonaron el Congreso con la intención de
impugnar sus acuerdos alegando defectos de forma y presiones del grupo
“exilio-FAI”. No dieron por válido el Congreso y consiguieron consumar una
escisión al desfederar a los sindicatos que controlaban. Crearon una CNT
“paralela” que tuvo su primer congreso al año siguiente, en la ciudad de
Valencia, en el que establecieron una estrategia sindical completamente
distinta a la que había sido aprobada en el V Congreso de la CNT: aceptaron
subvenciones, se presentaron a las Elecciones Sindicales, los diferentes
comités tenían poder de decisión y contaban con militantes profesionales o
liberados, tanto en los Comités de Empresa como en la propia estructura
confederal.
CONCLUSIONES
La Confederación Nacional del Trabajo en
particular, y el movimiento libertario en general, fueron derrotados en la
Guerra Civil. Sin embargo este descalabro, lejos de desalentarles, dio alas a
sus militantes para reemprender la lucha contra la dictadura desde las mismas
cárceles. Fieles a la coherencia entre fines y medios que siempre ha
caracterizado al anarquismo, se dedicaron con ahínco a la reconstrucción en
la clandestinidad de los sindicatos confederales. En muy pocos años, habían
conseguido poner en pie una sólida organización que acogía a más de cincuenta
mil afiliados.
Esta renacida CNT tenía como primer objetivo la
caída de la dictadura franquista y la recuperación de las libertades
ciudadanas, y para alcanzar este propósito no dudó en adoptar todas las
formas de lucha, desde la colaboración con fuerzas políticas que habían
apoyado al general Franco durante la Guerra Civil, y que interesadamente
habían evolucionado hacia posiciones democráticas, hasta el mantenimiento de
una lucha guerrillera que se negaba a aceptar el final del conflicto bélico,
sin olvidar una sorda acción sindical en campos, fábricas y talleres.
Al comenzar la década de los años 50, la
represión había castigado con fuerza a las nutridas filas cenetistas por lo
que se hizo imprescindible un cambio de estrategia en la lucha contra el
régimen franquista. Por coherencia entre fines y medios y por fidelidad a la
ideología libertaria que compartían, los militantes anarcosindicalistas
rechazaron dotarse de unos cuadros conspirativos profesionales o dedicarse
más intensamente a una lucha armada que algunos compañeros todavía ejercían.
Como ya había sucedido en épocas anteriores, los
anarquistas españoles decidieron dejar de actuar en nombre de la CNT y
abandonando la organización en sindicatos estructurarse a través de los
grupos de afinidad ácratas. Aunque carecían de cualquier estructura
centralizada, aunque muchos de estos núcleos estuviesen sometidos a una
fuerte presión policial que les impedía ejercer un activismo social muy
destacado y aunque no cejó la represión sobre los militantes libertarios, por
todo el país fueron surgiendo numerosos grupos de afinidad.
Junto a ellos, se fueron incorporando a la
corriente anarcosindicalista miembros de las jóvenes generaciones de estudiantes
y trabajadores, algunos llegados desde el cristianismo militante
postconciliar, otros desde el marxismo heterodoxo, éstos desde la práctica
sindical que les alejaba de unas Comisiones Obreras cada vez más reformistas
y burocráticas, aquéllos impactados por las propuestas revolucionarias del
parisino Mayo de 1968. Sin contacto con los militantes cenetistas más
conscientes y capaces, su visión del anarquismo no siempre se correspondía
con la tradición ideológica ácrata.
Cuando la muerte del general Franco se vio
próxima, toda esta amalgama de grupos fueron entrando en contacto,
recomponiendo sus incipientes organizaciones y convergiendo en una renacida
CNT. Pero, por su propio origen heterogéneo, este proceso de reconstrucción
de la vieja confederación anarcosindicalista llevaba en su seno el germen de
su destrucción; solamente el entusiasmo de los primeros años de la Transición
permite explicar la alegría con que se vivió este fugaz espejismo unitario.
Desde que la CNT se vio confrontada con la realidad
cotidiana del país, y sobre todo desde que tuvo que realizar la necesaria
clarificación ideológica convocando su V Congreso Confederal, esta alianza
provisional de grupos, corrientes y tendencias saltó por los aires. Aquellos
militantes que se habían arrimado al anarcosindicalismo al calor de la
reconstrucción de la antaño prestigiosa CNT, la abandonaron rápidamente:
cincopuntistas, cristianos, nacionalistas, marxistas heterodoxos...
Fracasados sus intentos de controlar la estructura orgánica confederal por
medio de una organización paralela y, por eso mismo, derrotados en el
Congreso, siguieron su propio camino.
La CNT retomó sus esencias, pero pagando un alto
precio: una dolorosa ruptura sindical, una sensible pérdida de militantes y
una sensación de amargo desencanto.
Alfredo González y Juan Pablo Calero
(1) Todos los documentos y testimonios a los que
se hace referencia se encuentran en la Fundación Anselmo Lorenzo de Madrid.
(2) Por ejemplo, para el caso de Guadalajara, ver
los artículos de Alejandro Díez Torre en Wad-al-hayara.
(3) Ángel Herrerín, La represión de los Comités
Nacionales de la CNT de España (1939-1949), comunicación presentada en el
Congreso “El Anarquismo en España”, celebrado en Guadalajara del 29 de
noviembre al 1 de diciembre de 2002.
(4) Dolors Marín, Clandestinos: el maquis contra
el franquismo (1934-1975). Editorial Plaza y Janés. Barcelona, 2002.
(5) Informe a la S.A.C.(Sveriges Arbetaren
Centralorganisation) del Comité Nacional de la CNT que tenía como Secretario
General a Cipriano Damiano, fechado en septiembre de 1965.
(6) Ver el punto de vista de los “cincopuntistas”
en Índice, número 217-218 del año 1967.
(7) Ver, por ejemplo, Cuadernos para el Diálogo
de mayo de 1972 y julio de 1973.
(8) Ver el documento Trayectoria histórica del
cincopuntismo, sus consecuencias, la traición, delación y colaboración.
Elaborado en marzo de 1980 por el Comité Regional de Cataluña de la CNT-AIT.
(9) Ver el testimonio de uno de los
“cincopuntistas“ en Fidel Miró, Anarquismo y anarquistas, Editores Mexicanos
Unidos. Madrid, 1979.
(10) Es un buen ejemplo de esta aproximación
entre dos posturas que siempre se habían mostrado antagónicas el libro de Aurelio
Orensanz, Anarquismo y cristianismo, Mañana Editorial. Madrid, 1978. Esta
firma publicó varios libros del grupo Cristianos por el Socialismo.
(11) Como ejemplo, sólo en la revista
Pensamiento, editada por las Facultades de Filosofía de la Compañía de Jesús
en España, publicó en 1972 los artículos El anarquismo, filosofía política
del “apoyo mutuo”, La moral del apoyo mutuo anarquista y Libertad y demopedia
anarquista.
(12) Ver su artículo en Índice de noviembre de
1968, en el que se podía leer : “Los anarquistas españoles aportaron a las
luchas sociales un entusiasmo ético y un mesianismo ideológico que recuerda
la fe de las primeras comunidades cristianas y el iluminismo de ciertas
sectas religiosas de la Edad Media”.
(13) Trayectoria histórica del cincopuntismo, sus
consecuencias, la traición, delación y colaboración.
(14) Declaraciones de uno de los componentes del
grupo, Julián Gómez del Castillo, en Autogestión, abril de 1998.
(15) Editorial de En Lucha, 28 de abril de 1974.
(16) Ver los dos tomos del Colectivo Estatal
Autonomía Obrera, Luchas autónomas en la Transición democrática. Editorial
Zero, Madrid, 1977.
(17) Juan Gómez Casas, El relanzamiento de la
CNT. 1975-1979. Editorial CNT, Madrid, 1984. Página 7.
(18) Acción Libertaria, junio de 1976.
(19) Acción Libertaria, junio de 1976.
(20) Trayectoria histórica del cincopuntismo, sus
consecuencias, la traición, delación y colaboración
fuente |
La CNT en la Transición: una raíz profunda
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