El V Congreso de la CNT


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Paco MADRID
En 1979 muy pocos conocían la historia del anarquismo en este país, pero fueron muchísimos lo que quisieron sacar provecho de la misma. No es que pretenda afirmar que el conocimiento de la historia nos va a ayudar a resolver algún tipo de problema, en especial los de carácter ideológico, pero sí que tengo la firme convicción de que únicamente rastreando nuestro pasado lejano y el más reciente podremos empezar a comprender lo que sucedió durante los años inmediatamente posteriores a la muerte de Franco y especialmente el bochornoso espectáculo que supuso el desarrollo del V congreso de la CNT.
Una de las principales preguntas que debemos hacernos es la siguiente: ¿en qué momento la CNT se arrogó la ortodoxia del anarquismo?; especialmente si tenemos en cuenta que en el carné confederal que se entregaba a cada afiliado, tras su reconstitución en 1976, se encontraban consignas como esta, “en anarcosindicalismo y el anarquismo organizado se rigen por la ley de mayorías...”, junto a otras muchas de igual o parecido tenor, lo cual es lo más contrario que uno pueda imaginar al espíritu que informa a la ideología anarquista.
Desde la implantación en España de la I Internacional a finales del año 1868 que, como ya es sabido, tomó un carácter antiautoritario, el problema de la organización fue una constante fuente de conflictos, pero al mismo tiempo sirvió de acicate para tratar de encontrar la fórmula que permitiera conseguir la máxima eficacia en la lucha contra el Capital y el Estado. Para el anarquismo el siglo XIX fue, en el plano organizativo, un laboratorio en el que se experimentaron diversas formas de estructurar la organización, tratando en todo momento de conseguir la máxima eficacia con el menor menoscabo a la libertad de los individuos que formaban parte de la misma. Los anarco-colectivistas quisieron edificar una estructura que fuera capaz de sustituir la organización capitalista y transformar la sociedad desde sus cimientos y proporcionarle un contenido anarquista; el problema es que este énfasis en la organización favoreció el desarrollo de una incipiente burocracia que acabó por hacer inútiles sus esfuerzos.
A mediados de la década de los ochenta del siglo XIX, la introducción del anarco-comunismo en España estimuló un nuevo concepto de la organización anarquista que posteriormente daría unos excelentes resultados. Los anarco-comunistas españoles desarrollaron, en las páginas de su semanario Tierra y Libertad, una incipiente teoría de la autoorganización que estaría en la base del desarrollo de los grupos de afinidad anarquista.
Pero lo que nunca hicieron los anarquistas, fueran cuales fuesen sus tendencias, fue sacralizar la organización hasta considerarla más importante que las ideas en las que ésta se sustentaba. Así observamos que la Federación de la Región Española (nombre que adoptó la sección española de la I Internacional), se transformó en la Federación de Trabajadores de la Región Española, recogiendo la experiencia de la anterior organización, sin duda, pero prescindiendo de sus siglas y adoptando otras. Lo mismo sucedería años después cuando se creó la Federación de sociedades obreras de resistencia de la región española.
De hecho, serían estos ensayos organizativos experimentados durante el siglo XIX los que propiciarían nuevos intentos a principios del siglo XX. Las teorías organizativas de los anarco-comunistas estuvieron en la base de la proliferación de los grupos de afinidad anarquista que se extendieron por la práctica totalidad de la geografía española y con la introducción de las teorías del sindicalismo revolucionario provenientes de Francia, se produjo un particular fenómeno simbiótico entre éstas y la peculiar organización de los grupos anarquistas. Esta simbiosis fue la que condujo algunos años más tarde al surgimiento de la CNT y la que le proporcionó su particular estructura organizativa y su eficacia, la cual funcionó admirablemente mientras esta simbiosis se mantuvo sin cambios apreciables.
Ningún historiador ha reparado en esta característica, si exceptuamos la interpretación de José Álvarez Junco, cuando afirmó que "la polémica anterior [sobre organización] no podía por menos de estar presente en el anarcosindicalismo, como lo prueba lo singular de su organización: su flexibilidad y espontaneísmo como principios, el carácter subrayado constantemente de confederación entre individuos y sociedades adheridas –siempre de abajo arriba–, lo reducido de las cuotas –prácticamente voluntarias–, la inexistencia de jerarquización, de burocracia, de disciplina ni de más obligación que la solidaridad", no obstante no alude en ningún momento a los grupos de afinidad anarquista, sin cuya singularidad organizativa hubiera sido muy difícil conseguirlo.
Por otra parte, en los momentos más críticos de la CNT y del movimiento anarquista, los que vivió entre el II congreso y el inicio de la dictadura de Primo de Rivera, es decir, los años álgidos del pistolerismo patronal, no fue necesario ningún organismo protector de la pureza ideológica del anarcosindicalismo para superar la crisis. Fue la red de grupos anarquistas y sus órganos de prensa los que impidieron que la CNT fuera absorbida por las estructuras autoritarias de los partidos marxistas. Especialmente los semanarios Redención de Alcoy, Espartaco y Nueva Senda de Madrid, con Moisés López y Tomás de La Llave, en coordinación con otros grupos. En efecto, en aquellos años los comités confederales (tanto el nacional, como el regional o local) debían actuar en la más absoluta clandestinidad y si algún miembro era encarcelado era sustituido inmediatamente por otro. Con la caída de los elementos más significativos, jóvenes militantes accedieron a los puestos de máxima responsabilidad. Cuando Evelio Boal, a la sazón secretario del comité nacional, fue detenido en marzo de 1921, se eligió para sustituirle a Andrés Nin. Por idénticos motivos Joaquín Maurín accedió al Comité Regional de Cataluña. Ambos iniciaron a partir de ese momento una política tendente a provocar un giro radical en la trayectoria ideológica de la CNT.
Como en una especie de intuición premonitora, Rafael Vidiella, a pesar de que algunos años después modificó su trayectoria ideológica, siempre conservó una profunda simpatía hacia el anarquismo, escribió sobre los peligros que suponía la ideología autoritaria en el campo abonado del sindicalismo, alimentado por la savia anarquista que tanto había hecho para dotarlo de una orientación espiritual adecuada con sus escuelas racionalistas, bibliotecas, prensa, etc. Aquellos con su disciplina uniformada, con su indiscutible dictadura, amenazaban convertirlo en una fuerza absorbente y tiránica, en donde el látigo ocuparía el lugar del libro. "Presos y perseguidos los anarquistas; clausurados los sindicatos en donde el verbo orientaba a la luz del día; suspendida la prensa en cuyas columnas debatíamos principios morales y filosóficos, se presta a que cualquiera, desde cualquier cuchitril, ensarte y promulgue sus Ukases. Bien claro encarece El Comunista la necesidad de que los pequeños calígulas invadan las organizaciones y hagan sentir el influjo del partido y su dictadura proletaria. A los anarquistas toca, pues, defender su obra de este nuevo peligro, elevando la conducta libertaria de los trabajadores, en contra de todas las tiranías y dictaduras, vengan de donde vinieren."
¿Cuáles fueron pues las circunstancias que provocaron un cambio casi imperceptible que finalmente destruiría casi completamente la interrelación entre la CNT y los grupos de afinidad anarquista? Probablemente concurrieron factores de muy diversa índole, pero en mi opinión el más importante fue la supuesta eficacia del bolchevismo. Efectivamente, la revolución rusa significó un fuerte impacto en todos los movimientos revolucionarios y el anarquismo español no podía escapar a esta nefasta influencia; de manera gradual se fue tendiendo hacia un incipiente centralismo que acabaría por desbaratar todos los esfuerzos que hasta entonces se habían hecho en la consecución de una organización eficiente, autónoma y federalista. La culminación de dicho proceso sería la plataforma de organización elaborada por Néstor Makno y Pietro Archinoff y conocida como Plataforma Archinoff.
La reconstrucción de la CNT tras la muerte del dictador era inevitable dada su trayectoria histórica y el prestigio que tenía entre amplios sectores del movimiento obrero y revolucionario; pero al mismo tiempo era también inevitable que resurgieran los viejos conflictos no resueltos, entre ellos algunas graves anomalías que no dejarían de producir efectos muy negativos en el proceso de reconstrucción. Entre estas anomalías, una de las más significativas fue el hecho de que el exilio anarquista y anarcosindicalista se constituyera como una regional más dentro del organigrama de la CNT, lo cual rompía una de las bases más firmes de sustentación del anarcosindicalismo (el internacionalismo) y generaba una situación de conflictos de imposible solución.
Si, como antes he afirmado, la reconstrucción de la CNT era inevitable, ésta no podía contar con el apoyo de los distintos grupos anarquistas que actuaban en muchas localidades, porque la mayoría de estos grupos se encontraban necesariamente bajo sospecha. De ese modo, en lugar de una fructífera simbiosis, se produjo una caza de brujas en el seno de la organización que generó el necesario confusionismo para que se llegara al V congreso con una CNT fraccionada en numerosos grupos de presión. A todo esto se añadía, por otra parte, un orden del día insólito, completamente inabarcable y por ende incoherente que acabó con las últimas posibilidades de dar un giro favorable a la situación creada.
En enero de 1920, pocas semanas después de finalizadas las sesiones del II congreso de la CNT (celebrado en el teatro de la Comedia de Madrid), el escritor y periodista Ángel Samblancat, republicano filo anarquista, publicó, en el diario España Nueva de Madrid, una serie de breves semblanzas de algunos de los personajes más significativos que tomaron parte en las deliberaciones del congreso, Ángel Pestaña, Manuel Buenacasa, Salvador Seguí, Eleuterio Quintanilla, Eusebio Carbó, etc., con el epígrafe común de “Figuras del Congreso Rojo”. El periodista, con su peculiar prosa llena de matices poéticos, ponía de relieve el enorme potencial ético de la CNT que la había convertido en la más poderosa organización del momento. Si ahora se hiciera lo mismo con las figuras más relevantes del V Congreso podríamos calibrar perfectamente el enorme abismo que se había abierto; este es en definitiva el cambio, porque las organizaciones están formadas por personas y son éstas las que le imprimen, en última instancia, su carácter.
Probablemente muchos militantes anarcosindicalistas, aún sabiendo de antemano el resultado del congreso, confiaban en que la fractura diera lugar al surgimiento de una nueva forma organizativa más acorde con los tiempos, pero lo único que se produjo fue un astillamiento de la organización que laceró aún más si cabe el cuerpo herido del anarquismo.
V Congreso de CNT. Madrid 8-16 de diciembre de 1979


Foto de José Bondía, Secretario General de la CNT.
José Bondía Román.

Secretario General de CNT tras el V Congreso de 1979. Fue el máximo responsable de la segunda escisión de 1983 que culminaría con una falsa “reunificación” en 1896 entre la facción de Bondía y la del Congreso de Valencia, que posteriormente, en 1989 se denominaría CGT. Tras intentar destrozar a la CNT pasaría a ocupar en 1992 la gerencia del organismo del V Centenario, creado por el PSOE para la conmemoración de los 500 años del descubrimiento de América. Posteriormente ocupó un cargo de político como “consejero” técnico en La Casa de la Moneda. Los buenos servicios prestados en la segunda fase de destrucción de la CNT fueron bien recompensados.
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